miércoles, 2 de septiembre de 2009

El hombre que plantó esperanzas





Respete los ecosistemas montañosos y no deje basura en la montaña.



El hombre que plantó esperanzas

Corría el año 1913. Juan Giono había salido de excursión por algunos días a unos remotos parajes montañosos en la Provenza francesa. El paisaje era desértico y opaco, con escasa vegetación, sin fauna silvestre ni moradores humanos. Después de tres días de caminata se encontró sin agua y en la más absoluta soledad. Acampó entre los restos de una antiquísima aldea abandonada, pero en la que las fuentes de agua estaban secas: toda vida había desaparecido.
La angustia de no encontrar agua obligó a Jean a dejar el lugar de amanecida y seguir buscando. Caminó muchas horas y el paisaje no cambiaba de secos pastizales y no daba indicios prometedores.
Hacia el mediodía divisó a lo lejos a un pastor con su perro. Cuidaban una treintena de ovejas que se encontraban echadas en la tierra, cerca de él.
El pastor dio a Jean un trago de su cantimplora y lo invitó a su cabaña ubicada en una valle cercano. Allí en el patio, extraía el agua por medio de un hulache de un pozo natural muy profundo.
El pastor era un solitario, poco habituado a hablar con extraños. Sin embargo su visitante logró enterarse de algunos datos de su vida. Tenía unos 55 años, había sido campesino en las tierras bajas y tras enviudad y morir su único hijo decidió trasladarse a las montañas con sus ovejas, para siempre. Tenía una casa acogedora, limpia y agradable. Lo mismo se notaba en su ropa y su persona. Se llamaba Elzeard Bouffier.
Giono se quedó en él aquella noche y compartió la comida que éste tenía preparada.
Después de cenar, Elzeard buscó un saco del cual extrajo un montón de bellotas que desparramó sobre la mesa. Las examinó con extremo cuidado y fue separando amorosamente las que le parecían perfectas. Giono le ofreció ayudarlo, pero el pastor le dijo que esa era su labor personal y que prefería hacerlo solo. Cuando tuvo 100 bellotas impecablemente separadas dejo su trabajo y se fue a acostar.
Al día siguiente Giono quiso quedarse. El contacto con Bouffier le había trasmitido una gran paz y curiosidad por saber más del personaje. Salieron juntos con las ovejas.
Antes de partir, Bouffier sumergió la bolsa con las bellotas en una fuente con agua y la llevó consigo. Tenía como bastón una vara gruesa de fierro aguzada en la punta.
Caminaron hasta un valle donde el pasto era mejor para su rebaño. Dejaron los animales a cargo del perro y escalaron la colina hasta la cima. Allí se detuvieron. Bouffier enterró su bastón, hizo un hoyo y plantó una bellota. Jean le preguntó si esas tierras eran suyas. Contestó que no. Juan preguntó si sabían de quien eran. Contestó que no. Pensaba que pertenecían a la comunidad, pero nadie se preocupaba de ellas. No le interesaba de quien fueran...
Plantó las 100 bellotas.
Durante el almuerzo Jean se enteró que Bouffier hacia tres años que las estaba plantando todos los días en esa región desértica: ¡ya llevaba 100.000!. De ellas 20.000 habían germinado y de éstas esperaba perder la mitad, debido a los conejos y u otras causas naturales. ¡Aún así quedarían 10.000 encinas donde antes no había nada!
Jean le comentó a Elzeard que magnífico sería su bosque de 10.000 encinas en 30 años... A lo cual, éste le respondió que, si Dios le daba vida, dentro de 30 años él habría plantado tantos árboles que esos primeros 10.000 serían como una gota en el océano. Además, estaba experimentando con almácigos de otras especias para forestar los valles, donde había un poco más de humedad bajo la superficie del suelo.
Pasaron varios años, Juan fue a la guerra. Ocurrieron muchas cosas que le hicieron olvidar al pastor plantador de árboles. En 1920, 7 años después de su primera visita, volvió a la misma zona de la Provenza, en busca de paz y aire puro. Desde su antiguo lugar de campamento en la aldea abandonada, divisó que las montañas, a lo lejos, estaban cubiertas de una neblina grisácea. ¡Las encinas! Recordó a Bouffier y pensó que seguramente estaría muerto. Pero no, Elzeard Bouffier no sólo no estaba muerto, sino que se veía extremadamente ágil y activo. Ya no tenía ovejas, porque se habían transformado en una amenaza para sus arbolitos. Ahora era apicultor y no se había olvidado de plantar sus 100 árboles diarios ningún día.
El efecto parecía no preocuparlo y proseguí su tarea con gran determinación y sencillez. Las encinas de 1910 ya tenían 10 años y estaban más altas que una persona. El bosque medía 11 kilómetros de largo y 3 en la parte más ancha. Los valles, llenos de abedules ya verdeaban alegremente.
Lo que más impresionó a Jean fue la reacción que había experimentado la naturaleza del lugar. Por las quebradas, antes secas, corría el agua. Volvieron a aparecer las flores, las praderas, las aves e insectos, un ansia de vida...
La transformación había sido tan gradual y parecía tan natural, que no le había causado asombro a nadie, muchos lo atribuían a algún capricho de la tierra. Nadie podía pensar que esa tarea fuera desempeñada por un hombre, sólo por darse el gusto de hacerlo.
En 1933 recibió la visita de un guardabosques le notificó que estaba prohibido hacer fuero en ese bosque natural y le comentó, ingenuamente que era la primera vez que oía de un bosque que creciera por propia iniciativa. En esa época, Bouffier, de 75 años, estaba plantando a 12 kilómetros de su casa.
En 1935 una comisión de funcionarios forestales fue a inspeccionar el “bosque natural”, que dejó hechizados a todos por su belleza. Afortunadamente se decidió ponerlo bajo protección. Bouffier no se enteró de la visita ya que estaba trabajando activamente a varios kilómetros del lugar.
Por una gran casualidad, entre los forestales se encontraba un amigo de Jean Giono, y éste le pudo contar el verdadero origen del bosque. Fueron juntos a visitar al anciano. Para entonces las lomas estaban densamente cubiertas de árboles de 7 a 9 metros de altura hasta donde se perdía la vista.
Gracias a los afanes del funcionario se designaron guardabosques para ayudar a cuidad el lugar. Pasó la Segunda Guerra Mundial, evento que no perturbó en absoluto el trabajo del hombre solo.
Jean Giono visitó a Elzeard por última vez cuando el tenía 87 años, en 1945. El paisaje montañoso había cambiado completamente, incluso el aire era distinto. Entre los densos árboles, se oía el ruido de agua cayendo desde las montañas. La región, antes desierta yerma, se había vuelto a poblar y más de 10.000 personas vivían allí, gracias a la acción de ese hombre solitario, despojado de todo egoísmo, visionario y tenaz que había descubierto una maravillosa manera de ser feliz. Bouffier murió pacíficamente a los 90 años.


Es una historia llena de lecciones...
Primera: Parece un milagro, pero la naturaleza puede recuperarse en períodos de tiempo de escala humana.
Segunda: Es necesario tener generosidad, visión de futuro.
Tercera: No se requiere de tantos financiamientos, papeles, ni estudios, si realmente hay voluntar para tomar estas acciones, por pequeñas que sean..
Cuarta: Podemos cambiar el paisaje yermo y desolado de muchas regiones de nuestro país y hacerlo nuevamente apto para la vida.
Quinta: Se puede observar experimentar y decidir cuáles son las especies de árboles para cada lugar, el Aguaribay lo es en nuestro caso.
Sexta: Yo, usted, sus hijos, podemos gratificarnos de acciones a favor del ambiente tomadas hoy.
Octava: No corte árboles. Respete la naturaleza y al planeta.
Novena: Transfórmese en un plantador de árboles, elija para ello principalmente especies nativas.
Décimo: Involúcrese, PUEDE SER TARDE. Luche por la ecología. No deje que arbitrariamente corten ningún árbol.


Texto condensado por Adriana Hoffmann J. (1990)
Trascripto por Jaime Suárez.




http://www.youtube.com/watch?v=KEJt4WZi7-U


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